¿De verdad me hace falta un editor? ¿Y si lo que quiero es autopublicar? ¿No es suficiente con mi corrección? ¿Y si pido opinión a mis amigos, familiares…?
Recordemos el célebre artículo de Luisgé Martín, «Mueran los ¡heditores!», donde advertía que el democratizar la publicación de textos, liberándola de la “tiranía” de los editores, traía como contraprestación un deterioro general de la dignidad de los textos a los que tienen acceso los lectores.
Porque una de las funciones más básicas del editor es la de ejercer un control de calidad de lo que llega a manos del lector. Evitar que esté plagado de errores de fondo y de forma.
Así que, antes de lanzar tu historia al mundo, deberías preguntarte…
¿Estás seguro de que has contado la historia que querías contar? ¿Estás seguro de que la trama está bien hilada y no tiene incoherencias? ¿Estás seguro de que tus personajes son atractivos para los lectores? ¿Es el tono adecuado? ¿Hay errores de sintaxis y ortografía? ¿Estás convencido de que tu texto está en las mejores condiciones para que conecte con tus lectores?